miércoles, 21 de octubre de 2009

contemplando 1 cuerpo

Si contemplo tu cuerpo que es una luna blanca esparcida sobre mis labios y miro tu rostro atalaya de mis sentimientos, siento tan cálido aliento, siento tu sangre que es lava rugiente
que todo me es ajeno y nada me pertenece. Entonces el día y la noche
se conjugan en una lágrima oscura. Siento estas manos, este cuerpo,
estos ojos invadidos por el cálido latido de tu universo,
a merced de tus brazos de dulce cera
me estremezco en un profundo hueco
sin latido, y el límite de la vida
se precipita ante mí,
ciñéndome la cintura
y es tu fulgor
palabra absoluta
y es tu sangre
mi eterno
minuto.


Amo mis huesos, su costumbre de andar rectos de levantar un semicírculo para abarcar el cielo
de encadenarse en filigranas diminutas para favorecer el movimiento; amo mis huesos con sus curvas, sus salientes y sus cuevas profundas.
Si hubiera sido insecto, también hubiera amado mis antenas como amo ahora mis ojos con sus cuencas y mis manos inquietas y toda esta estructura en la cual vivo, en la cual soy completa. Y le doy gracias al discutido Dios de creación perfecta o imperfecta, de existencia absoluta o no existencia, le doy gracias en uso de mi cuerpo y su esencia.
... Al menos, comprendo su intención: sé que era buena....
Mientras anochecía, los cristales estaban empañados. Se levantó y miró por la ventana.
Con la frente en el cristal yo mire su cuerpo desnudo, y su espalda aún brillaba en la sombra, mucho, mucho tiempo después.
¿Dónde estamos? ¿Qué ha sido de las dos? ¿Qué ha sido de nosotras?