jueves, 20 de octubre de 2011

La primera brasa que tuve se llamaba Aída.
Tenía el pelo alegre como un trigal sembrado en una perla, y unos ojos de fiesta donde el cielo
nacía diariamente.(Ella fue la culpable de que yo empezara a escribir garabatos sobre las espaldas de lejanas estrellas). Los dos éramos hijos de una madre alegre,los dos éramos hijos de esa clase de padres sudorosos que aman la paz y aman el trabajo y que al acariciar manchan de grasa y bigote.
La primera brasa que tuve se llamaba Aída.
Los dos creíamos que la vida era un juego azul carente de final. Yo recuerdo que nunca nos pusimos a pensar en la guerra y en sus muertos ni en los países grandes que conservan sus deudos con cañones y con tanques. Nunca hablamos de eso. Ni del hambre que roe y que taladra los estómagos y aúlla en las esquinas de los barrios.
Los dos éramos niños todavía. Ella fué un liriosol entre mis manos, un venado de fuego saltando por mi frente, un canarioazucena bañando mi costado de músicaperfume.
Han pasado los años. Aída es una flecha cruzando mi recuerdo.
Yo estoy como los árboles: enraizado a la tierra, frente a los huracanes, con los brazos cubiertos de frutos y de trinos; esperando el fulgor de un nuevo día.

lunes, 3 de octubre de 2011


En los cuatro costados sacrificio
y en la niñez una muñeca herida.
Me empujaron los sueños en octubre
y de golpe, con urgencia,
conocí al hombre que ya conozco.
Quise salvar el canto tímidamente
y en la presencia del otoño levanté mi casa
con dos ventanas de tronco y rocío.