domingo, 18 de diciembre de 2011

Para mi amigo, el que no puede escribir

Acción es elocuencia
(Shakespeare)

Quiero hacer este ejercicio, porque vengo pensando que el asunto de lo bueno o lo mano en la literatura, el teatro o el cine es algo que no se ha desprendido nunca de la subjetividad, y me lo digo de esta forma para tenerlo presente. Ahora, lo que hay que tener en cuenta es que todos estos formatos, para hacer y ser arte, responden a formas distintas de lenguaje y las motivaciones son, así mismo, distintas.  En el caso de un libreto o un guion, estos responden a ser sólo una partitura que nos permite entender cuáles son los gestos, acciones y diálogos de ciertos personajes que se situarán en un universo que esos libretitas y/o guionistas han configurado para ellos.  ¡Lo que se escribe no es un fin sino un medio!

Cuando se escribe algo de narrativa, estas imágenes, este sumergirse en el pensamiento, en las complejidades psicológicas del personaje, son las que en la lectura deben producir las imágenes, el texto en sí mismo.  Tratar de traducir eso o enfrentarse a hacerle el guion y tratara de traducir un lenguaje a otro, ese tipo de figuras en un guion literario que luego se convierta en una película, es inoficioso.  Creo que para mí el asunto se resuelve simplemente con conservar la esencia de la historia.


Lla migraciones fueron despojando al arte de la obligación didáctica preservando su tendencia a dirigirse claramente hacia un destino predeterminado –recuerden los textos teóricos de Poe–  sin perder el rumbo, buscando la esencia más en la sugerencia que en el empobrecimiento y siempre preparando un final que concentre la expectativa del espectador para resolverla en el momento justo y buscar rápidamente el punto final, sin entretenerse en contar lo que nadie está interesado en oír.

No sé cuándo, pero fue antes de que apreciara la Morfología del cuento ruso de Propp, en los Ángeles, se publicó la Enciclopedia de argumentos cinematográficos y en sus páginas se asegura que “sólo existen 36 situaciones dramáticas cuyas diversas facetas constituyen las bases de todo drama humano”.  Las primeras 7 de dichas situaciones, solo para divertirlos, son:

1.     Suplica
2.     Liberación
3.     Crimen seguido de venganza
4.     Vengar a un pariente con otro pariente
5.     Persecución
6.     Desastre
7.     Ser víctima de la crueldad o el infortunio

(Y así hasta 36)

No sé mucho de cine ni de teatro, que por estos días a muchos les produce calvicie y exilio amoroso, así que solo terminaré con una pequeña reflexión producida por mi gusto entrañable hacia los libros, así tampoco sepa de literatura.
La novela moderna, después de Flaubert, ganó cierto orden, y sus personajes se desvían con mucha frecuencia de las funciones impuestas, y sus raíces barrocas y románticas los dotan de una sana rebeldía respecto a que las tales funciones que ya no cumplen además estén ordenadas en una misma secuencia, y no es casual que esté usando la palabra “secuencia”, pues de todos modos la novela a veces se pliega de ciertas funciones.

Cualquier cosa que se escriba en estos tiempos, llámese literatura o no, definitivamente no es proclive a estos desbordes.  Los autores pocas veces los aceptan y los públicos, en mi opinión, tampoco.  Por esta razón, ahora pienso en si cuando una persona se enfrenta al lenguaje, para leerlo, escribirlo o adaptarlo, lo que hace es ¿cuestionar la estructura narrativa de lo que sea que quiera hacer, o está asumiendo absolutamente que lo que escribe, es también una proclama ética, personal por supuesto, donde lo que importa es lo que se hace y no lo que los demás esperan recibir? Esa, para mí, es una buena pregunta que deben empezarse a responder los que sí escriben; así crean que lo que hacen no es escribir o que si lo intentan, lo intentan mal.

jueves, 20 de octubre de 2011

La primera brasa que tuve se llamaba Aída.
Tenía el pelo alegre como un trigal sembrado en una perla, y unos ojos de fiesta donde el cielo
nacía diariamente.(Ella fue la culpable de que yo empezara a escribir garabatos sobre las espaldas de lejanas estrellas). Los dos éramos hijos de una madre alegre,los dos éramos hijos de esa clase de padres sudorosos que aman la paz y aman el trabajo y que al acariciar manchan de grasa y bigote.
La primera brasa que tuve se llamaba Aída.
Los dos creíamos que la vida era un juego azul carente de final. Yo recuerdo que nunca nos pusimos a pensar en la guerra y en sus muertos ni en los países grandes que conservan sus deudos con cañones y con tanques. Nunca hablamos de eso. Ni del hambre que roe y que taladra los estómagos y aúlla en las esquinas de los barrios.
Los dos éramos niños todavía. Ella fué un liriosol entre mis manos, un venado de fuego saltando por mi frente, un canarioazucena bañando mi costado de músicaperfume.
Han pasado los años. Aída es una flecha cruzando mi recuerdo.
Yo estoy como los árboles: enraizado a la tierra, frente a los huracanes, con los brazos cubiertos de frutos y de trinos; esperando el fulgor de un nuevo día.

lunes, 3 de octubre de 2011


En los cuatro costados sacrificio
y en la niñez una muñeca herida.
Me empujaron los sueños en octubre
y de golpe, con urgencia,
conocí al hombre que ya conozco.
Quise salvar el canto tímidamente
y en la presencia del otoño levanté mi casa
con dos ventanas de tronco y rocío.

jueves, 13 de enero de 2011

Ahora es de noche y escribo.
Escribo caída en la trampa de la costumbre
como una ave migratoria que, a ojos 

de las otras,es sólo un bicho perdido, 
demasiado confuso para volar. 
Volar, errar detrás del agua sólo 
para constatar la sed y darle un rincón, 
el mismo que a la forma que en el lecho
el pensamiento deja de un cuerpo inalcanzable.

Sí. Es de noche. Y escribo este poema.
Mañana, pájaro de alas rotas, narrará la historia
de otro poema sin existencia
Lo poseeré mientras surja.
Luego será, seré abandonada.
¿Cómo podría ser de otro modo?