
No sé dónde ponerme los huesos en la carne, cómo esconderle al pecho su largo pasadizo. Mirarme hoy es ponerse más triste que una clase sin tiza y sin pupitres, donde no hubiese niños. Confieso que te quiero más que nunca esta tarde, hoy que tiemblas de miedo junto a mi maleficio. Tus ojos se me entregan com el rostro de un parque donde, nuevos, los sauces emigraran de sitio.
Me miras y sostienes un pájaro en el aire, el cielo respirable que me ha sido prohibido. Tus manos me consuelan con su fruta abundante, van sanándome dentro más despacio que un siglo. Miras como ofreciendo tus ojos inyctables, tus ojos enfermeros frescos como un racimo. Mirarme hoy es ponerse más triste que un paisaje donde nunca las ramas despertaran de mirlos.
Y yo, porque te amo, me oculto en este traje de sábanas que lavan su muerte los domingos. Me asomo a tus dos ojos como a dos ventanales. Confieso que te quiero como nadie me quiso.
Porque tú, que me miras, ya no encuentras a nadie. Nadie que me conozca puede decir que existo.
Acuden a mis ojos tus ojos a llorarme.
Llegas a despedirte.
Llegas a despedirte.
Te has mentido, amor mío.