viernes, 10 de septiembre de 2010

-no es tan raro-

Cuánto rumor innecesario para una vida tan pequeña, dicen, como quien deja demasiados rastros tras de sí. No es bueno, sin embargo, atender a las voces de quienes exaltan el color del cielo queriendo confundir su terror con el mío.

Sabes, las últimas palabras que no pronuncié fueron tu nombre. Y ya, sólo mírame, no temas: no diré nunca nada de tu vida, ni escribiré de lo que compartimos, si consigo evitarlo. 
La gente no se ocupa de nuestro sufrimiento por exceso de amor, pero nosotros tendremos al fin tiempo para dedicarnos a tu cuerpo y el mío. 

Y, aunque despliego el abanico de tu piel entre mis manos, como un mapa, y en él dibujo los itinerarios que habrán de conducirme hasta la muerte, ya no hay ninguna razón para que envejezcamos juntos, - eso dicen los otros mientras nos contemplan al borde del acantilado de su licuefacción - 
Escucho cómo su voz conspira en lo visible. Dales una migaja de tu oscuridad, no sexo ni deterioro, o es que acaso:
¿no adviertes que tan sólo buscan interpretar las huellas de nuestro silencio?,
¿que el sonido no ofrece ya conocimiento, sino incertidumbre y orfandad?

Recuerdo la promesa: un pájaro que sueña con el alba vendrá a nosotros como sombra, en la gris desembocadura de la noche, cuando nos despertemos juntos, carcomidos por los murmullos de dos cuerpos libres que nadie pudo reducir.


Gocemos; no hay nada que apacigüe tu temblor ni mi respiracón. Cuando después de la explosión, todo termine, ¿en qué punto o espacio crees que estarán? ¿quedarán ruinas?, y nosotros ¿haremos de los perfectos estupidos que somos?

No hay comentarios: