miércoles, 20 de octubre de 2010

Horas

11:30 P.M.

Durísima la luna. Igual que tú, tan lejos.
Suéñame, te digo, como te sueño aquí,
hasta que los dos sueños se conviertan en fuego,
hasta que mi aliento sea el tuyo,
hasta que respiremos cada uno
por la boca del otro. La luna
asoma, llena y sorda. No estás
al otro lado del teléfono y sólo
por un hilo de sueño podré hablarte.

Paz y fuerza me habitan. Entro 
con pies descalzos en el lecho. 
Estás hecho de espumas, estás 
hecho de nubes, estás hecho de luz.

Compartamos los sueños.


10:30 A.M.

Moles de nieve, quietas, perturbadas 
apenas por la luz. Nada conmueve 
al resplandor, arriba. El cielo está 
desnudo. El vértigo está aquí, 
adentro, en la conciencia. 
La nube derretida es piedra densa. 
Más en calma este mar de vapores 
que las nieves deshechas en la cumbre. 
Allá la roca dura, el hielo, la nostalgia. 
Un techo largo aquí, de plomo, 
lagunas sólidas de plomo.

Yo viajo lentamente, encima de un gran 
mar, blanco y sin sangre. El mundo 
tiembla, abajo. Un segundo después, 
la vida será otra. Nada más frágil 
que este valle de nubes, arriba 
de dos océanos. La rotación insomne 
de la Tierra, el calor implacable, 
el viento cruel, el simple y lento 
tránsito del tiempo, la más ligera 
sombra, destruirán el paisaje. 
Nadie podrá volver hasta este 
sitio. Baja el avión y el valle 
no se altera. Atrás, horas atrás, 
queda el desierto techo sin fronteras.

Pongo mi pie en la tierra, entro
en la sombra. El tiempo se estremece.


8:30 P.M.

Sé que voy a morir. Lo sé de cierto. 
He vivido como si la muerte fuera 
un recuerdo lejano. Pero tú has hecho 
que la luz se prolongue en la alcoba. 
¿Esa piel que tocaba en el sueño 
era la tuya? Era en verdad la piel 
amada de tu cuerpo entero. 
Has hecho que renazca.

La luz, el cielo, el mundo
eran tiniebla. Pero viniste tú,
como nacido desde una piedra de fuego.
Llegaste como un pájaro súbito,
como un rayo de espumas. Semejabas
un espejo de soles, un mar de luz
que me envolvía. Amanecí. El sueño
era desnudo campo compartido.
Soñaba que te ahogaba
con mi aliento de mujer.
Iguales ambos sueños, te soñaba
como si mi cerebro anidara en tu cráneo,
como si el territorio de los sueños
fuera el débil territorio de una sangre común.

Tú te abrías como el mar, 
para tragarme. Como la nube blanca, 
envolviéndome, como la tierra negra. 
El sueño era verdad. Entrábamos en él, 
como por un espejo. Salíamos desde él, 
como a través de una puerta de viento. 
Mis ojos eran tuyos. Tus ojos me miraban 
en la penumbra blanca de la alcoba. 
Despertar o dormir era lo mismo. 
Vivíamos vidas iguales, a un lado 
y otro de la muerte, el amor era el mismo, 
de un lado y otro de la vida.

Te besé hasta la dicha, te mordí 
hasta la muerte. Yo, mujer,  
fuí tu boca, 
cigarro,tus labios.

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