viernes, 5 de febrero de 2010

Otra vez para ella, la que sabe por qué

Ella, la más salaz, sangra en la luna, y sabe del honor de merecer la gracia de los dioses y el castigo de ser mujer. Ella, la más salaz, bebe esta gracia y goza el paraíso del infierno: entre las llamas arde, se consume, y es esta condición, desesperada, la que nos une.

La limpia seducción es una enfermedad, y tú lo sabes. La más limpia inclusive es la más visceral, y tú lo sabes...Ardemos hasta el punto de la consumición, y cuando ya el dolor destruyó nuestros cuerpos, ahí donde creemos que ya no hay nada, como un virus fatal brota el deseo. En la luz del dolor arde una llama.

Que el fuego del amor por siempre nos devore.
Que el fuego del amor nos ilumine y nos condene.

En la noche, tu nombre, una flor encarnada, abre su resplandor, enardecido: el cuarto se ilumina y su fulgor ciega mi entendimiento y su sentido. No sirven las palabras, no funcionan para decir aquello que sentimos.

¡Qué pésimo lenguaje, tartamudo! (El de la poesía, incluso.)
La única elocuencia: La de tu lengua.

El paso hacia el amor es sobre brasas, y andas en llamas y nada duele más: El paso del amor es sobre llamas. Al igual que la carne, yo era débil: no opuse voluntad a la pasión. Ella, la más salaz, arde en las llamas del deseo, sin importar su voluntad.

¡Qué terrible destino el del instinto! ¡Qué terrible destino en las frágiles ansias del muy civilizado!
¡Qué delirante paradoja! ¡Y pensar que el hambriento tan sólo piensa en devorar!
Mentira:
El centro de la dicha no era miel; no era miel sobre hojuelas: ni siquiera era miel... El centro de la dicha era fuego y ardor; ardor sin fin y llagas, y el corazón te duele... si tienes corazón...El centro de la dicha lo palpas dulcemente pero su nombre es brasa; su signo: Intensidad.

Tu corazón está donde tu boca lame, gusta, deshiela. Lo demás no ha existido: es tan sólo un pretexto de la canción. Lo sabes, lo sabemos, y a veces lo podemos balbucir: la herida que te duele y por la cual respiras es una condición para vivir.

En tu corazón, guárdame, en tu deseo más salaz, y no hagas caso a las promesas. El que promete, nada da.
Todo lo que se cumple, se da sin más. No hay que confiarse a la felicidad,  pues la felicidad es un relámpago en medio de la espesa oscuridad. Cuando la más salaz se recuesta en mi pecho, queda una quemadura como recuerdo.

Arde el amor, escuece, quema, como un chorro de alcohol en la herida profunda que no cierra. Ella, la más salaz, habita el más ardiente firmamento, el que con tinta negra aquí trazó la mano oscura del deseo. El otro cielo, ella lo llena con su luz, ella lo baña con su fuego.

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