martes, 10 de noviembre de 2009

Encogida de hombroS

Hoy a las dos y treinta de la tarde el patio de atrás de mi jardín en ruinas
era el paraíso que menciona La Biblia. No tuve duda de ello al sentir las caricias de la brisa y del sol sobre mis brazos y espalda. Los pájaros cantaban en lo alto de los árboles y las flores lucían sus colores pavoneándose. Al acercármeles las lagartijas no huían. Me miraban más bien estupefactas, casi desafiantes. No titubeé en probar la manzana madura que el Diablo me ofrecía. Lo vi llegar vestido de cantante de boleros: pantalón de paño y zapato negro, bohina y medias blancas. No tuve miedo. Era tan dulce su sonrisa y era tan simpática.
Otras veces lo he odiado. Le he tirado piedras. Lo he ensopado con la manguera y lo he perseguido con la escoba. Pero hoy un día martes del mes de noviembre mi patio era un sueño que se imponía al mundo y los copos de luz cubrían las hojas;
los muros derruídos quedaban traspasados por sus rayos infinitamente frágiles.

Miré al diablo y no quise agredirlo de nuevo. Acepté la manzana, que era roja igual que nos la ilustran los pintores del Renacimiento europeo. La probé y era suave
y tuve pena del Diablo y su destino. Todo lo que él quería que yo hiciera me parecía aburrido. Nada podía comparárse a la luz y a la brisa entretejidas sobre mi piel,hoy a las dos y treinta de la tarde en mi jardín cerrado entre muros antiguos.
Lo miré tristemente y me encogí de hombros y él se fue maldiciendo calle abajo
con el rabo metido entre las patas.

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